El mejor sándwich del mundo

Lo hacía mi papá.

Tenía que ser domingo, cuando le tocaba hacer de comer. “Hay que hacer unos sanwichitos” decía y así mis ojos vieron pilas enteras de comida desaparecer.

“¿Vieras qué bien pica la verdura tu papá?” — me indicaban mi abuelita y mi mamá mientras terminaban de sacar la fruta de las bolsas de plástico del mercado. La verdura ya la traía el chef en la barra.

El mejor sándwich del mundo llevaba una crema muy espesa —Nunca mayonesa— y algo de mostaza que se untaba en su pan fresco de caja. Dobladas, descansando una sobre la otra, un par de rebanadas de jamón de pierna formaban, como si fueran cobijas, cuatro pisos cárnicos.

Jugosas rodajas de jitomate, cebolla y rectángulos de queso adobera, elevaban peligrosamente la altura del tradicional platillo.

No sé si era la prisa que daba el hambre, o las ganas de revivir después de salir de misa, pero no hacía falta dorar el pan.

Antes de ponerle su tapa integral y darle una ligera aplastada, mi papá le preguntaba a cada quien: “¿Vas a querer chile?” Las rajas de jalapeño en escabeche salpicaban y las semillas escurrían la tabla de madera sobre la cual mi papá había picado todo bien parejito.

Al final partía el sándwich a la mitad formando dos triángulos y tomaba un plato al azar. “Ai te va”. El cuchillo también lo utilizaba para servir.

Varias veces me tocó que justo antes de darle la primera mordida, cuando uno apenas le está agarrando la mejor forma para atragantárselo, se acercaba partiendo en el aire un aguacate bien carnoso. Parecía que lo hacía a propósito para coronar el platillo. Varias veces salivé. “¿Te le pongo aguacate?” — Era su forma de pedirnos que abriéramos el sándwich, pues cómo no íbamos a querer.


Comments

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *