El velador de Las Corajudas

Todas las noches, después de que el último empleado se retira a sus aposentos (normalmente este suele ser el señor Florian, Chef de renombre en todo el barrio de La Calma), el velador de Las Corajudas, Ramiro R. le pregunta a la solitaria noche: “¿Qué hacer para no quedarme dormido?” Y sin encontrar una respuesta directa, divaga: “Después de todo soy un velador, El Velador de Las Corajudas… aunque por un tiempo, ¡pero lo soy!”

Un velador… – suspira – debe proteger los bienes del restaurante. ¡Al restaurante mismo! Las Corajudas es… como mi hijo, o por lo menos tiene más o menos la misma edad del hijo que nunca tuve y pude haber tenido de no ser por la culpable. – El señor trapeador lo escucha atentamente y le frunce el ceño al balde quien parece seguir indiferente. –
Un hijo que me ha dado batalla, – prosigue – y a pesar de su corta edad, no puedo creer que ya me mantenga legalmente. En fin, El velador debe cuidar los bienes, porque los bienes no, no, no…. Los bienes definitivamente no se cuidan solos. ¿Quién cuidará el alcohol que aunque ilegal es suéter de lana en tiempos de frío? ¿Quién será comensal de la carne de los desayunos de los jueves del grupo de regordetas hipócritas? Sin velador mi señor estropajo, cualquier monstruoso fumigado salido de algún bar aledaño podría destruirlo todo.

Sin pistola – le murmuraba en secreto a las mesas desmanteladas – Sin pistola, pero bien despierto. ¡Ve-lan-do!, Aunque tú: barra de ensaladas, tengas forma de cama de lechugas orejonas, no caeré en tu fresca tentación.

¿Qué hacer para no dormir? Seré pués, medio velador de Las Corajudas y medio Conserje taciturno.


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