Por el lado de San Andrés

Está el dichoso pedazo de tierra ese que le llaman la comunidad de Ojo Zarco, está rete olvidado desde que se fueron esos los constructores del camino ancho y recto. Nomás dejaron su desbarajuste y sus terrenotes llenos de mugreros.

Para llegar a él lo más fácil es atravesar por la Magdalena, pero yo nunca llegaba desde ahí porque podía ser visto por las Lupitas, que dizque ya son tres las haciendas de comida que tienen porque por ahí pasan todos los que quieren ser vistos. Ya me tenían harto las condenadas.

Así que no, yo no pasaba por ahí. Yo me subía a los cerros y me bajaba todo el terregal cargando, luego cuando ya no podía más con mi espalda y llevaba ya vuelo, me revolcaba para quitarme la plasta de polvo en la presa de San Andrés, que nomás me refrescaba un rato y me quitaba lo requemado. Eso porque luego seguía el camino pedregoso y la tierra otra vez se me untaba como aferrada la canija por tanto sudor que me hacía sacar.

Así llegaba también a Ojo Zarco, desde hacía ya un rato el gordo Guerrero, por el lado de San Andrés. Llegaba montado en la yegua que era mía. Llegaba a Ojo Zarco con la yegua que me robó y no me quiso pagar nunca. Hasta que un día me harté de andar caminando. Ese día lo recuerdo bien, ese día en que me las pagó todas juntas el gordo Guerrero. Recuerdo que lo dejé bien estirado escondido junto a un árbol de arrayanes.


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