Al loris le agarró la nostalgia

A Loreto se le escapó su vieja. A la condenada Mariela le crecieron las alas y se brincó la barda. Dice Abuelita Cristy que Loreto se agarra griiite y griiite y grite y grite. —¿Tú crees que no resintió que se le fue su compañera?— me explica.

Un día después de que Mariela voló para apartarse de las garras de Loreto, el ave regresó para despedirse por última vez. Abuelita Cristy la escuchó y mis padres confirmaron haberla escuchado también.

Desde entonces, por las tardes, Abuelita Cristy llama a Loreta por su nombre cantándole como cuando la alimentaba, como pidiéndole perdón para que vuelva. Y es que cuando Mariela llegó a casa era intratable. Mi madre dice que ese animal nunca la quiso. Sus dueños anteriores la maltrataban y fue así como aprendió a temerle a los palos, lejos de usarlos como medio de transporte.

Los diminutos ojos de Loreta, la arisca, nunca habían visto un palo de madera de forma horizontal.

Por las tardes pasa volando una manada de cotorros, pero Loreta es una antisocial. Al menos eso era y no creo que haya sido capaz de acoplarse a aquella parvada.

Mariela no se fue antes porque no podía volar, le cortaban las alas así como a los niños les cortan las uñas. Vivía afuera de su jaula porque según mis padres de esa forma sería más libre.

Dormía dentro de ella tapada con colchas junto a su marido, el chillón loris, al que le agarró la nostalgia.


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