¡Quiúbole Don Luis!

“El día que yo me muera,
no voy a llevarme nada,
hay que darle gusto al gusto,
la vida pronto se acaba.”

¡Quiúbole!

Así saludaba con voz grave el señor de la cachucha, de camisa de manga corta, el que por más que trabajaba nunca olía a sudor, el que cargaba siempre sus pinzas multiusos y se movía en la Pickup. El que aunque no fuera doctor siempre estaba disponible en el 333 115 9573. Ése que diario andaba en friega en el Colli, en la pastelería, en la fábrica, en donde tuviera una obra. El ingeniero para unos, el arquitecto para otros, el señor Don Luis. Mi papá. El que hacía sus presupuestos, sus planos y sus planes en servilletas.

¿A dónde vamos?

¿Cuánto falta? ¿Ya vamos a llegar? Son preguntas que dejamos de hacerle, pues la mayoría de las veces no tenían respuesta. Carreteras, brechas, caminos, y cerros nos hacían llegar a cientos de pueblos en los que sinceramente no había gran cosa. Lo que importaba eran las curvas del camino, el camote de cerro, el kilo de güamúchiles, la carnita asada, la plática y las perdidas que nos dábamos. Una vez que llegábamos al pueblo lo que restaba era encontrar la placita y el templo, y otra vez ai vamos pa’trás.

Ya nos vamos un ratito a la calle ¿eh? Decía mi mamá. De fondo se escuchaba la camioneta ya prendida y don Luis arriba de ella, con su aire acondicionado, el material arriba ya bien amarrado y Antonio Aguilar cantándole.

Sus animales

Mi papá disfrutaba tener animales y sin importar su tipo todos eran sus mascotas. Arriaba manadas de vacas con la cuatrimoto y atraía a los rebaños con mazorcas de elote que desgranaba con sus manos ásperas y fuertes. Como si se tratara de aventarle migajas de pan a las palomas (que por cierto, tuvo algunas hasta en la azotea del taller), mi papá arrojaba los granos a sus animales de más de media tonelada. Venían por su postre corriendo a recibirlo desde el otro lado del potrero. También les daba de beber; Donde no había agua puso un molino de viento que la extraía de un río profundo que por supuesto, nadie sabía que estaba ahí. El maíz que sembró sirvió para darles de comer en tiempos de secas.

La casa

En una de las casas que nos hizo (¡porque nos hizo muchas! la del cerro, las de magdalena, la de la calma, la de las fuentes) a la hora de la comida o ya en la nochecita se oía cómo abría el portón y luego luego un…. “Ay cabrón, ya llegó el Uy… Patas pa’ cuando son…”

Siempre hubo mucho respeto y se respiró la tranquilidad y el orden.

“Ya estamos en el mismo barco, hay que echarle ganas para ponernos de acuerdo.” Yo me enojé el día que dijo eso, como si no le quedara de otra… pensé. Pero hasta hace poco comprendí lo que quería decir: Nos quería juntos para salir adelante.

Un día, saliendo de misa nos dio a mi hermano y a mí nuestro primer domingo. Y unos minutos más tarde nos duplicó la cantidad. Ahí comenzaron sus enseñanzas de economía, matemáticas (era una calculadora andante), y administración.

“Fíjese señora que no está, él trabaja tooodo el día, háblele en la noche, si gusta dejar recado o márquele al celular”.

Le doy muchas gracias a mi papá porque siempre nos dio lo que quisimos. Eso sí, había que pedirlo. Nos dio estudios, nos paseó y nos dejó crecer… nos dio los consejos más acertados: “Te vas con cuidado, te diviertes y nos vemos mañana…”

Mi hermana le decía “mi papá”, mi hermano también le decía “mi papá”, yo por supuesto le decía “mi papá”. Lo queríamos tanto que no lo queríamos compartir.

Mi papá, construía casas. Levantaba paredes y tumbaba las que no servían o estaban chuecas. Enseñó a trabajar a mucha gente. Dicen sus clientes y sus inquilinos que era una finísima persona. En verdad lo fue. Estoy agradecido por su ejemplo y su paciencia. Me enseñó que si iba a hacer algo, cualquier cosa que fuera, la hiciera bien. Si no, que mejor no hiciera nada.

“Si no es negocio para ti, para mí menos lo va a ser.”

Trabajó y cargó con mucha gente. Eso lo hizo feliz y siempre quiso hacerlo así. Cuidó bien a sus padres, apoyó a sus hermanos, nunca le falló a sus empleados, a sus amigos, a sus inquilinos. Amó a sus hijos y nunca se separó de mi mamá, ni dejó que ella se separara de él.

Nos enseñó con sus acciones, nos amó con su ejemplo. Lo amamos y admiramos y ahora nos toca cargarlo, aunque sea un poquito…

Siempre te amaremos, José Luis Velasco Flores. (23 mayo 1949 – 1 julio 2011)


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