Ya sabes todo lo que hay que saber sobre subir montañas

Cuando tienes en tu haber algunas cumbres es fácil caer en el efecto Dunning-Kruger. Crees que estás preparado y que te las sabes de todas todas.

Ya sabes para qué es la mochilota que cargas, que incluso vacía pesa bastante. La mochila, te dices, sirve para cargar la pinche chamarra que nunca vas a usar porque el clima va a estar tranqui.

Algo tranqui.

Ya sabes cuánta agua llevar y cuántos electrolitos. Y sabes la diferencia entre refrescarte e hidratarte. El termo por sí sólo pesa.

Sabes también cuánto comer y qué comer al día anterior para no estarte cagando a media montaña.

La peor sensación no es estarte cagando por comer demasiado sino haberte preparado tanto y sentir tu cuerpo con fuerza y glorioso y sentir las tripas medio llenas sin poder cagar.

Crees saberlo todo pero nunca has sentido el miedo de imaginarte cayendo en una letrina al cagar en cuclillas, la última oportunidad privada para cagar antes del ascenso.

Te crees muy sabiondo pero aún no pasas la noche en la montaña, aún no sabes lo que es cagar y recoger tus heces en una bolsita de perro y bajarlas para no contaminar.

Va a estar tranqui. Ya sabes cuánta cecina y cuántas nueces y cuántos mazapanes y chocolates llevar.

Y sabes cuántos productos y gelecitos meados energéticos multinivel rechazar.

Y te sabes cuántos guantes, cuánto algodón debe de llevar tu ropa y cuántas capas y la cachucha y el gorro y los lentes y el bloqueador y el doble calcetín y los crampones y los defectos del material que te prestan. Sabes que vas a batallar nivelando los putos bastones y ajustando el casco para no deformar tu cabeza.

El desnivel y el desvelo y el desamor y el mal de montaña te la pelan.

Sabes la técnica para subir de ladito y la forma de la pisada y los descansos y la personalidad de los guías.

Sabes tanto que eres inmamable.

Pero la montaña es una cabrona en la que no se puede confiar. Es mejor cargar de más a que te cargue la chingada.

Pensar cada paso con humildad pues mil variables pueden cambiar: el clima, la gente, la suerte, la luz, la superficie…

Está bien saber algo pero es mejor aprender, observar y agradecer lo que nos toque vivir cada vez.

Jos.

Diarios de cuadritos (23 de 30)


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